Se dice habitualmente “cometer un craso error” cuando alguien lleva a cabo una equivocación grande cuyo arreglo es bastante complicado. No obstante, no es de hace pocos años su origen. Ni siglos.
Más bien son miles de años y es que para hablar del nacimiento de esta expresión hay que ir a la antigua Roma. Para ello, tenemos que situarnos en el año 60 a.C. Por aquel entonces se empezaba a gestionar el triunvirato (una forma de gobierno a tres) entre los políticos más importantes del momento Pompeyo y César y un tercero que había participado de manera decisiva en varias guerras con éxito, Marco Licinio Craso.
Cada uno había realizado algo que le permitía estar en ese puesto. Craso por ser quién derrotó a Espartaco; Pompeyo, por su parte, fue quien organizó la sublevación para el ataque a Hispania, mientras que César era un allegado de uno de los fundadores de Roma. Todos ellos se repartieron en mayor o menor medida los territorios que por aquel entonces poseía el imperio romano. A Pompeyo le tocó España y África, a César las Galias, y a Craso, el menos conocido de los tres, Siria. Pese a que no tiene un rincón para sí solo en los libros de historia, Craso era un hombre muy influyente en la época y sobre todo extremadamente rico.
Llegó a ser la persona más rica de sus años. Eso sí, manejaba su dinero en intereses personales, dándoselo a políticos poderosos cuando estos no tenían, agasajaba con regalos a muchos jueces… Incluso se dice que Cayo Julio César recibía ayuda de Craso. Algunos autores de la época también hacen mención a otra expresión popular con el nombre de él y era cuando alguien pedía gran cantidad de dinero a un amigo, a lo que este respondía: “¿Acaso te crees que soy Craso?” Era poderoso y rico, eso no se puede negar. Su llegada al triunvirato le iba a otorgar más fuerza para gobernar, así que no es de extrañar que lo primero que hiciera en su nueva tierra de Siria fuera saquear templos y casas para su fortuna creciente.
Craso tenía en su poder un magnífico territorio de riquezas. Podría haber poseído más si la ambición no se hubiera apoderado de él. Quiso imitar glorias pasadas y aumentar su territorio para poder controlar aún más Roma. Para ello, pensó en cruzar el Éufrates e intentar la conquista del imperio de Partía (ubicado en la zona del actual Irán). No planteó demasiado bien la guerra. Es más, fue con prisas en todo momento y eso se notó en la ejecución de los planes. En la primera contienda, su ejército fue derrotado con creces. Incluso su hijo falleció, lo que le afectó notablemente en su espíritu de lucha. Su ambición por apoderarse de la fortuna de Partía le pudo. Unido a la desgracia de su hijo y a la presión del ejército que quedaba, fue obligado a hablar con el general parto, que accedió a ello.
En medio de esa reunión, se encontró con una encerrona y fue apresado. Su final estuvo ligado al oro que quería de Partía, aunque hay dudas sobre cuál es el correcto. Una corriente dice que fue obligado a beber el oro líquido que quería; por su parte, otra dice que lo fundieron en oro.
Lo que sí es cierto es que su ambición, su idea de poder con todo lo que se le pusiera por delante y su deseo de hacerlo lo antes posible, llevaron a Craso a cometer un error cuando atacó el imperio parto, o como se suele decir desde entonces, “cometer un craso error”.